martes, 23 de agosto de 2011

Y sin embargo...

Prefiero morir vicioso y feliz a vivir limpio y aburrido. Prefiero encontrar una estrella en el fango a cuatro diamantes sobre un cristal. Prefiero que la estrella queme, que sea fuego, a un tacto rezumante de frialdad. Prefiero pisar el duro suelo veinte veces para llegar una sola vez a lo más alto a escalar poco a poco, sin caer nunca pero sin llegar jamás a la cima. Prefiero que me duela a que me traspase, que me haga daño a que me ignore. Prefiero sentir. Prefiero una noche oscura y bella, sucia y hermosa, a un montón de días claros que no me digan nada. Prefiero una cadena a un bozal. Prefiero quedarme en la cama todo el día pensando en mi vida a levantarme para pensar en la de otros. Prefiero un gato a un perro. Porque el gato te araña, es infiel, te ignora, se escapa, pero sabes que, a pesar de todo, no podría vivir sin ti. En cambio el perro es tonto, no sabe nada, te obedece hasta el absurdo. Prefiero las mujeres gato a las mujeres perro, por las mismas razones. Prefiero el mar a la montaña. La vida es una noche tumbado en la playa, mirando las estrellas sin verlas, soñando despierto, dejando que la arena se cuele entre los dedos de mis pies, embriagado de todo. Y la noche, siempre la noche. Nunca la luz del sol. La noche es mágica. Me hace vivir, no pensar. Me pone en movimiento. Rompe mis esquemas. Prefiero las noches frescas de verano, andar con poca ropa, sentarme en el suelo y meterme algo de vida en el cuerpo. La mañana me sabe a dolor de cabeza. Me da sueño. Me quita las ganas de hablar. Me recuerda que soy normal. La noche me hace único. Prefiero el color de la sangre y el de la gris niebla que difumina las cosas. Prefiero experimentar las cosas, aunque me salgan mal. Aunque me hiervan la sangre. Prefiero probarlo todo a morirme sin saber lo que me gusta. Y, más que nada, prefiero la vida que dan sus besos de caramelo y la suave caricia de su piel caliente. 

domingo, 7 de agosto de 2011

Odio ser de carne y hueso en una sociedad de plástico.

Esto es como el juego de la oca. De batalla perdida en batalla perdida y tiro porque me toca.
Lo que más duele de todo, por así decir, es que a pesar de perder uno tiene y debe de sonreír. Aunque sea de manera falsa o artificial. Intentar seguir adelante como buenamente puedas. Ya sea porque pienses que has podido perder una batalla pero no la guerra entera; ya sea porque a penas que te vean ladear la cabeza, te están preguntando que qué te pasa. Cuando tú de lo que menos tienes ganas es de hablar del tema, para no recordar nada.

Aunque sea de manera falsa o artificial...
Notar como eres esa pieza del puzzle que no encaja, que parece que se equivocaron de caja al meterte. Y a pesar de ello, seguir forzando y apretando por si consigues finalmente coincidir con la otra pieza, pero nada. Finalmente te acabas dando cuenta que lo único que logras es deformar el pequeño pedazo de cartón, lo que es lo mismo que hacerle daño. Daño acrecentado por las ilusiones y esas falsas esperanzas que mientras más las odia uno, más lo persiguen allá donde vaya.
En esta batalla, o mejor aún, en esta guerra, ya uno no sabe con qué armas luchar o si ni tan siquiera seguir luchando, por muy de cobardes que suene. Porque total, ¿sabéis una cosa? Soy humano, señoras y señores. Humano que al final acaba cansándose de todo. Humano que nunca parece dar la talla. Humano que parece no vale en absoluto, o así se lo hace ver el resto de seres humanos. Humano demasiado vulnerable a eso considerado por algunas personas sentimientos y por otras, simples juguetes de plástico.