miércoles, 31 de julio de 2013

El destino.

No creo en el destino. Es más, me parece un tanto patético pensar que toda nuestra vida desde el momento en que nacemos está escrita en algún lugar. Que simplemente actuamos conforme a algo ya preestablecido. Como si nuestra vida fuese una simple obra de teatro y ese "destino" fuese un guión al que hay que seguir fielmente. Me hace mucha gracia.

En lo que sí creo es en aquello que vamos haciendo día a día. Es decir, en cualquier caso, el destino lo escribimos nosotros. Lo estamos escribiendo a cada instante que va pasando el tiempo. Con cada simple o mínima cosa que hacemos, ya estamos decidiendo el rumbo de nuestro yo en un futuro: ciencias o letras, playa o montaña, dulce o salado, rock o rap. 

No obstante, no siempre es fácil decantarse por algo. No nos viene esa inspiración que tanto necesitamos para saber qué escribir y, por ende, por un momento tampoco se sabe a ciencia cierta ese "destino". Y es cuando nos viene a la mente esa pregunta que retumba una y otra vez que no es otra sino ¿¡pero qué hago con mi vida!?

Pues bien, las cosas siempre suceden por algo. Y hasta esa indecisión, también. No permanecemos estáticos nunca. Estamos en continuo dinamismo, en continuo cambio y movimiento. 
Porque todos los días, en cada momento, en cada milisegundo, el mundo cambia. Y al igual que los electrones chocan entre sí y reaccionan, la gente colisiona y cambia la ruta de las de los demás. Unas veces para mejor y otras veces no tanto. El cambio no es fácil. Muy a menudo, es doloros y difícil. Pero tal vez eso sea indicador de que es bueno lo que está ocurriendo. Porque es precisamente el cambio lo que nos hace verdaderamente fuertes. Nos mantiene resistentes. Al pie del cañón. Y nos hace evolucionar.

Queremos creer en un mundo en reposo, el mundo del ahora. Y a pesar de ello, nuestra mayor paradoja sigue siendo la misma. El momento que entendemos como el "ahora", ese "ahora" ya ha pasado por delante de tus ojos.
Nos aferramos a las instantáneas. Pero la vida son imágenes en movimiento. Cada milisegundo es completamente distinto al último. Y es por ello por lo que el tiempo nos obliga a crecer. A adaptarnos continuamente. Y no ser estáticos cual agua estancada. Porque el agua estancada, al final, acaba pudriéndose. Porque cada vez que parpadeamos, el mundo que nos rodea a cambiado.

Y a pesar de todo esto... aún habrá gente que siga creyendo en el destino.