domingo, 30 de septiembre de 2012

Silencios.

Y entonces estás hablando con esa persona y de repente todo queda en el más sumiso silencio. No sabemos qué decir. No sabemos qué hacer. Lo mejor es no hacer nada. Dejar que el silencio se ocupe de la situación. Porque lo que no sabemos o no nos queremos dar cuenta es que detrás de cualquier silencio hay miles de palabras escondidas. Que no siempre lo expresan todo ellas. Que a veces un silencio vale más que mil de ellas juntas. De hecho, si pudiera, muchas veces no escribiría aquí con palabras sino con silencios. 

Según con quien compartas ese pequeño instante, se podrá o no interpretar aquello que se quiere decir. Ya no sólo con el silencio en sí, sino también con otras modalidades del  mismo: a través de una mirada, mediante un abrazo o con una simple caricia. A decir verdad, muchas veces se habla más con el silencio que con la palabra. O si no es así, debería serlo. En ocasiones, un silencio es la mejor respuesta a cualquier cosa por encima de la palabra. Porque quieras o no, hay más margen de interpretación con aquéllos. E incluso hay silencios más sinceros que palabras, ya que éstas pueden engañar pero los gestos propios de uno no, o al menos es mucho más complicado. 

Aunque lo que sí debería aplicarse el cuento la gente, es que siempre que se hable, que sea para mejorar lo existente. Pero no para empeorarlo. Porque para eso cállate que será mejor. O al menos piensa antes de hablar. Que solemos soltar lo primero que se nos viene a la mente y luego llegan los arrepentimientos, lloros y lamentos.

Ya sabéis... si lo que vas a decir no es más bello que el silencio: no lo digas.