jueves, 26 de mayo de 2011

Como a los tontos...

Me estoy dando cuenta que a veces lo mejor es dar la razón a la gente aunque no la tenga. Sí. Como se suele decir, dar la razón como a los tontos. Así ambas partes salimos ganando en todo esto: ellos quedan completamente satisfechos de lo que están diciendo, sin comerte tanto la oreja y pensando que son los mejores de este mundo y que tienen la razón en todo: Y nosotros, nos vamos de esa batalla de palabras que nos cansa la oreja, nos ataca a nuestra cabeza y no nos deja vivir como nosotros queremos, como nosotros estamos bien, felices y a gusto. Que pienso yo, que mientras vivas de una determinada manera en la que no hagas daño a nadie no es malo. Quizás, tu único error, sea preocuparte por los demás. Es probable a la par que inevitable.
Pero ya se dice...que se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar.  Aunque claro, se da la paradoja que cuanto más callamos más cosas tenemos que decir y más grande es el esfuerzo por callar. ¿Te imaginas un mundo en el que se pudiera hablar sin tapujo alguno de todos aquellos sentimientos de amor, de odio o de las dudas o protestas que nos surgieran? Qué a gusto nos quedaríamos ¿verdad? Pero que disgusto le daríamos a más de uno. O gusto, quién sabe.

domingo, 22 de mayo de 2011

Deshojando fantasías.

¡Qué extraño es esto del amor! Y ¿porqué? Ahora os lo diré.


El otro día pasé por el parque que hay cercano a mi casa. Observé como un grupo de niñas de apenas una docena de años recogían unas florecillas que nacían al pie del árbol. Eran margaritas. Ante mi natural curiosidad, me acerqué al lugar y me senté en un banco no muy lejos de ellas. Comenzaron a entonar al unísono y alternadamente unas palabras que decían: me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere, a la vez que separaban cuidadosamente cada ovalado y delgado pétalo de su botón central de oro. 
En ese momento me quedé pensando, que lo que no sabían esas inocentes pequeñas almas, es que no se trata de un me quiere, no me quiere, si no más bien de un me arriesgo, no me arriesgo. Aunque, seguramente, pasará una pequeña eternidad antes de que comprendan todo esto.

Como ya diría Alejandro Sanz, ¡Qué extraño es esto del amor! ¿Porqué preguntan a una flor?

lunes, 16 de mayo de 2011

No siempre lo que se quiere es lo mejor.

No lo sabes. Me despierto todas las mañanas con las mismas ganas de verte y de abrazarte, aunque no todos te lo hago saber. Siempre me pregunto lo mismo: ¿qué es lo que tienes que no me hace dejar de pensarte?
Quiero que sepas que no tengo nada claro. Y que si de algo no estoy seguro, es de lo que estoy haciendo. Pero seguramente cuando sea demasiado tarde (como suele pasar), te diré que te quería, te diré que cada mirada era un te quiero y cada sonrisa era un aún no te tengo. Y te estás escapando, lo noto a la par que lo veo. Todo se hace difícil, complicado, improbable tirando a casi imposible. Esto lo escribo por mi, no por ti, no intento contarte nada. No sé, he querido de muchas maneras. Tantas como figuras con nubes se crean en el cielo. ¿Pero así? Jamás. Sé que haga una cosa u otra, actúe de esta o de aquella manera, va a estar mal. O no del todo bien.
Pero es que tú, parece que todo lo que haces lo haces bien, que siempre sabes qué va a ser lo mejor. Que la cabeza y el corazón siempre los tienes conciliados, que te piden lo mismo, que los tienes perfectamente sincronizados. Pero por mucho que tú quieras, que yo quiera, no deja de ser una locura. Y hasta ahora la soporto, ya casi de rodillas. Estamos condicionados por todo, y aunque me joda, no siempre lo que se quiere es lo mejor.

Things I Never Told You. 
(adaptado por Heart's Knight).

jueves, 5 de mayo de 2011

Cicatrices del pasado.

Los fallos y defectos de la mente son como las heridas en el cuerpo; aunque se empleen todos los cuidados imaginables para tratar de curarlas, siempre quedará una cicatriz. (François de la Rochefoucauld).
Por ello, no estoy de acuerdo cuando dicen que el tiempo cura las heridas. Las heridas perduran. Y tanto. Con el tiempo la mente, para proteger su prudencia y sensatez, simplemente las cubre de una serie de cicatrices y así es como el dolor se atenúa, disminuyendo un poco. Pero nunca desaparecen, ya que siempre tendrás ahí la cicatriz que te recordará aquello que te la causó.
En cierto modo puede llegar a ser hasta bueno y todo que tengas algo ahí que te recuerde el error que cometiste. Puede ayudarnos a no volver a tropezar con la misma piedra. Aunque en cierto modo, eso sería un poco querer luchar contra la naturaleza del ser humano. Éste piensa, por regla general claro, y justifica sus acciones e intenta las cosas más de una vez para averiguar si hay algún otro camino, alguna variante a lo que ya ha intentado y ha fracasado para lograr la victoria en su propósito.
No obstante, y a pesar de ello, no debemos olvidar que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.