domingo, 8 de abril de 2012

Desahogo con-sentido (VI)

"Estamos hechos de cicatrices, depende de nosotros cerrarlas o dejarlas sangrar".

Por más que digan, uno aprende verdaderamente cayendo. Ni experiencias ni habladurías de los más mayores. Nada de eso te enseña tanto como una caída. Y no sólo una vez, sino una tras otra... Hasta que quede una cicatriz que te haga recordar esos errores que cometiste y que te hicieron ser ahora quien eres. A fin de cuentas, las cicatrices del pasado sirven para eso: para que no se te olvide cuándo y porqué caíste, o no tiene porqué ser que hayas caído tú. Muchas veces no caemos nosotros solitos, sino que hay alguien que nos empuja y provoca nuestra caída.  Así, nos recuerdan también quién te empujó a que rozaras tu cuerpo contra el suelo. Y todo ello para que no lo vuelvas a hacer y la próxima vez esquives el golpe. O al menos, lo intentes. Ya que por más que uno intenta esquivar palos, siempre hay alguno que no ves y que te golpea de lleno. Porque claro, sabes el daño que te hiciste y, lo más normal, será que no quieras volver a sangrar. Salvo que seas un masoquista, que ahí entonces ya apaga y vámonos. 

Así, las cicatrices son buenas visto así: te hacen recordar el qué te las provocó y la enseñanza que obtuviste de aquella. Y lo más importante: nos hacen recordar que el pasado, efectivamente, fue real.

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