martes, 16 de octubre de 2012

Desahogo con-sentido (VIII)

Todos los días la misma rutina. Madrugar, estudiar, facultad. Madrugar, estudiar, facultad. Y así constantemente en un bucle sin salida desde hace más de tres años. Y la verdad es que no me quejo. Pensar que hay personas que más quisieran estar en la posición que estoy yo, me hace valorar la misma que ostento. Pensar que esto es lo que (al menos en principio) quiero, es lo que me empuja a seguir adelante. Aunque hay días y días. Unos mejores y otros no tanto. Por muchas cosas, pero es así. Y en los momentos de flaqueza es cuando hay que demostrar lo que uno vale, y no cuando uno se encuentra bien y es fuerte. Cuando uno está bien, obviamente es fuerte y es más fácil sonreír, ser feliz, animar a los demás... todo muy bonito, sí. Y valoro a esa gente que con su alegría intentan ir a otras personas a ver si se la contagian y también consiguen hacerles dibujar alguna curva en sus labios. Pero la verdad es que yo, por lo menos yo, valoro muchísimo más a esas personas que, a pesar de estar para el arrastre van, dejan sus problemas y preocupaciones de lado, y se acercan a ti y te dicen un qué te ocurre verdadero. De esos qué te ocurre que dan ganas de sentarse con esa persona y hablar, y desahogarte, y llorar, y gritar y, por supuesto, llorar. Y no de esos qué te ocurre por compasión, por querer quedar bien, por simple y puro formalismo. Esos no. Esos son uno de los cánceres más grandes que pueden existir para  los sentimientos: la ignorancia y la indiferencia. Prefiero tener a dos personas ahí que, por lo menos cuando las necesite sé que las voy a tener, a tener cientos de personas que sólo están para los jajas y a la hora de la verdad te demuestran lo que son: unos/as interesados/as, que les importan tus sentimientos y el cómo te sientes lo mismo que la reproducción de las amebas: nada.

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