Una idea se me ha venido a la
cabeza: el poder de elección y decisión personal.
Nos encontramos en un contexto en
el que este «poder» se nos encuentra continuamente controlado, ya sea por
instancias superiores de organización social, ya sea por aquellos que
directamente la integran. Unas veces por imposición y, otras, por simple miedo.
Miedo al qué dirán.
Y he aquí donde el género humano,
dotados de racionalidad a diferencia de los animales, debe marcar la diferencia
y no actuar como si de un rebaño de ovejas nos tratásemos, todos caminando en
una dirección que realmente no sabemos ni de qué se trata. Pero que nosotros
defendemos sólo por la ciega adoración a la persona que dijo de caminar en esa
dirección.
Yo pienso que el problema radica
en la relajación que experimentamos. Relajamos el músculo del pensamiento. Nos
relajamos, en el sentido de que nos convertimos en «perezosos» para elegir lo
que queremos realmente, dejando a ese líder en ciega adoración que elija por
nosotros. Cuando las elecciones en determinadas cosas, son tan personales como
la propia persona sobre la que concierne.
Y quizás la verdadera cuestión
que deberían de plantearse todos y cada uno de nosotros sea: ¿realmente vivimos la vida que queremos o
dejamos que los demás vivan por nosotros?
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