jueves, 28 de julio de 2011

Todos llevamos una cicatriz en la frente.

Harry Potter me ha enseñado a madurar. Ese pequeño gran personaje de una de las mejores sagas que existirá, me ha enseñado a ser lo que soy.  Me ha enseñado a enfrentarme a mis miedos, a luchar por lo que se cree, a ser valiente, a valorar el amor sobre todas las cosas, a juzgar a las personas por su corazón y por sus acciones más que por sus palabras. Harry Potter me enseñó a valorar la amistad, a valorar el amor de una familia y qué pasa cuando ese amor falta, a tener precaución con la ambición y el poder porque corrompe, a no dejarme llevar por el odio y el rencor.

Sus personajes me enseñaron que puedes ser hombre lobo y ser la persona más amable y bondadosa que puedes conocer, me enseñaron que puedes ser bajito y dormir en un armario bajo la escalera y ser el Elegido. Me enseñaron que puedes pasarte horas en la biblioteca entre libros y conocerte las reglas casi mejor que los profesores, y luego ser capaz de romperlas. Y sobre todo que puedes cometer errores, pero que se pueden enmendar. Que puedes ser rencoroso, huraño, tosco y hasta cruel, pero que puedes permanecer amando a una sola persona para siempre, pase lo que pase, que puedes sufrir, pero que debes permanecer fiel aunque haya peligro de morir. Me enseñaron el valor del sacrificio, de la valentía, del altruismo, del amor a los demás.
Harry Potter me enseñó que el mundo no se divide entre buenos y mortífagos, que todos tenemos luz y oscuridad en nuestro interior y que lo que realmente importa es qué parte decidimos potenciar. Me enseñó que es la calidad de las convicciones y no el número de seguidores lo que garantiza el éxito. Me enseñó que no son nuestras habilidades las que muestran como somos, sino nuestras elecciones. Me enseñó que los que nos aman nunca nos abandonan, y que siempre podemos encontrarlos en nuestro corazón. Me enseñó que no hay que tener lástima por los muertos, sino por los vivos, y sobre todo por los que viven sin amor. Me enseñó que el odio, el rencor, la codicia y la ira son poderosos, pero que hay algo que lo supera, algo que mueve el mundo, algo que deja marca, una marca que no es visible y que se encuentra debajo de la piel: el amor. Me enseñó que hay que perseguir un ideal, y que sacrificarse por amor no es una estupidez, sino un acto de altruismo.

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