domingo, 10 de julio de 2011

Y todo saltó en mil pedazos.

A decir verdad, el dolor más grande es el dolor del alma. El dolor más inmenso y el más complicado de curar pues, no existe cura ni remedio conocido para ella. No existe medicamento. No existe nada.
No obstante hay un calmante, un pequeño calmante que ralentizará el dolor y poco a poco lo aminorará, aunque no lo destruirá completamente. Es un calmante llamado tiempo...
Lo que puede llegar a ser sorprendente, es que existen estudios científicos que demuestran que al igual que necesitamos ser felices, sentirnos bien con nosotros mismos, también necesitamos una pequeña cantidad de, por así decirlo, malestar. Ya se dice que todo en exceso no es bueno. Eso sí, cada ser humano es un mundo en sí mismo, y tiene un límite para ese malestar. Y cuando se sobrepasa aquél índice, llegamos a sufrir, a sentir dolor. Puede ser éste físico o psíquico. Aunque el dolor más nocivo para el ser humano, por regla general, suele ser el psíquico, el que solemos llamar dolor del alma. Porque cuando nos duele el cuerpo, sabemos exactamente porqué es; un leve moratón en la rodilla al caernos de la bicicleta, un dolor en la cabeza al golpearnos accidentalmente con algo... son cosas tangibles y visibles a simple vista. Pero cuando lo que nos duele es el alma, lo que más bien sentimos es tristeza, nos convertimos en seres vulnerables a todo lo que nos rodea, hasta a aquello que en unas condiciones normales no nos afectaría en absoluto. Estando en este estado, nos molesta hasta el leve vuelo de una mosca. Sientes que nadie te comprende, porque a decir verdad, nadie, absolutamente nadie excepto tú sabes cómo te sientes, lo que sientes o cuánto lo sientes. Y lo que sucede es que a veces la mayoría de las personas mueren si haberse conocido ni a sí mismos. Entonces ¿cómo vamos a pretender que otra persona te conozca a ti tanto como ni tú mismo eres capaz? Es absurdo...

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